Aprender no es un juego, pero se aprende jugando

El juego no solo tiene una función lúdica, sino que es también una actividad esencial favorecedora del desarrollo integral de los niños y un modo de expresión fundamental durante la infancia. Jugar es crear, explorar, descubrir, divertirse, experimentar… El juego no es solo un juego.

En esos momentos es el niño quien “manda”, dando así rienda suelta a su subjetividad, que se plasma en la tipología de actividades por las que opta, el rol que tienen sus personajes, las escenas que recrea, etc. Así, para los pequeños el juego es una forma de comunicarse y de exteriorizar su personalidad; que los adultos tenemos que saber interpretar, prestándole la atención que se merece.

El juego implica también actividad mental, ya que a menudo éste conlleva aspectos como fantasía, invención, creación, investigación, razonamiento… No hay duda, entonces, de los beneficios que el juego tiene para el desarrollo intelectual de los pequeños.

Las capacidades motoras es otro de los aspectos que se ven favorecidos a través del juego, sea corriendo, saltando, trepando… Pero los beneficios son más aún: la creación de vínculos afectivos y el aprendizaje de hábitos, actitudes y comportamientos se ve fortalecido al compartir espacios y juegos con otros niños y niñas.

¿Cómo podemos los adultos estimular el juego en los más pequeños? Además de facilitar espacios apropiados para ello y momentos en los que puedan expresarse y actuar libre y espontáneamente, debemos orientarles, animarles y apoyarles. Asimismo, no olvidemos que cualquier actividad puede convertirse en un juego, aportando así diversión y un carácter lúdico al día a día.

Al fin y al cabo, lo más natural es aprender jugando.

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