Nuestra mente es poderosa y un claro ejemplo de ello es la capacidad inconsciente que tenemos, grandes y pequeños, de amoldar la realidad según lo que pensemos acerca de nosotros mismos o las expectativas que los otros tengan de nosotros. Así, una persona puede, con sus creencias, influir en la conducta y rendimiento de otra, sea positiva o negativamente. Es lo que se llama efecto Pigmalión.
Por ejemplo, los estudiantes obtienen mejores resultados cuando se espera más de ellos, ya que esto cambia su actitud y predisposición. Pero el efecto Pigmalión es una arma de doble filo. ¿Qué tenemos que tener en cuenta para influir positivamente en la motivación y desarrollo de los niños?
- Apostemos por una educación basada en fomentar y reconocer el éxito, y no en corregir el fracaso.
- Las expectativas tienen que ser fundamentadas y alcanzables. Es aconsejable hacer un auto ejercicio que nos permita descubrir las expectativas reales que tenemos en cada niño, en base a intereses, pretensiones, habilidades…
- Estas expectativas se transmiten también con la comunicación no verbal. Gestos, actitudes y mensajes implícitos juegan un importante papel.
- Las aspiraciones de los adultos no deben reflejarse en los niños, pretendiendo que ellos se conviertan en lo que nosotros hubiéramos querido.
- Cambiar el modo de expresarnos y de formular preguntas y afirmaciones, despertando en el niño una mayor motivación y autoconfianza.
- No hay que imponer, sino acompañar al menor, ayudándole a descubrir y utilizar sus propios recursos y potencialidades.
- Hay que tener paciencia: fortalecer la autoestima del niño y positivizar sus comportamientos es un proceso gradual y lento.
Creer que se puede conseguir algo, es el primer paso para logarlo.