Todos recordamos a ciertos profesores con quienes hemos compartido aula. Algunos les recordamos con más alegría y afecto, y a otros no tanto ya sea por la materia que impartían, por su actitud en la aula o bien por la relación que tenían con los alumnos.
Los niños pasan muchas horas a la escuela y, por tanto, son muchos los aprendizajes, los consejos, las riñas, los recordatorios y las conversaciones que da el profesor al alumno. Compartir tantas horas con el educador hace que éste se convierte en una pieza clave y un guía en la vida de los niños.
Mantener una buena relación profesor-alumno es un factor de gran importancia, ya que repercute en el aprendizaje de los niños y jóvenes, ya que estos aprenden con más facilidad, se sienten más cómodos a la hora de participar en clase y ayuda a la compresión de los contenidos de las distintas asignaturas, lo que les permite obtener mejores resultados en las pruebas finales.
Además, tener una buena relación hace que haya un agradable ambiente en clase y por lo tanto que los niños vayan más contentos al colegio y aprovechen más las horas que pasan allí.
Por otra parte, se favorece una correcta comunicación e interacción entre profesor-alumno. Los niños aprenden a comportarse y a relacionarse con otras personas que no sean de su misma edad y quienes, a su vez, son como un espejo en el que se reflejan. Además, a menudo, la confianza que se crea entre profesor-alumno, hace que los pequeños se abran a explicarles sus problemas e inquietudes y aprender, también, otros puntos de vista.
Así, establecer una buena relación entre estas dos partes es fundamental, ya que la figura del profesor se convierte en uno de los pilares para el desarrollo de los pequeños, impulsando su aprendizaje más allá de los libros y las asignaturas.