Esta es la historia de la familia Hoyt. Es la historia de un deportista, pero de uno que no fue profesional. También la es de un entrenador que no se dedicaba profesionalmente a entrenar. Y la de un padre y un hijo que encontraron la esencia del deporte.
Dick Hoyt era un padre normal y corriente. Al poco tiempo de nacer su hijo Rick los médicos detectaron algo extraño: tenía una parálisis que, según les dijeron, no le iba a permitir hacer nada por sí mismo. Lejos de resignarse, su familia eligió el camino de la superación para afrontar la situación. Lo educaron como a sus otros hijos, lo llevaron al colegio, a la playa… una vida “normal” con la convicción de que con empeño y esfuerzo es posible superar cada obstáculo.
Un día Rick le pidió a su padre de participar juntos en una carrera popular organizada en la escuela. Entonces Dick, que no hacía nada de deporte, se puso manos a la obra y padre e hijo hicieron la carrera juntos. Eso sólo fue el comienzo. Ahora, Dick con 66 años y Rick con 44, han corrido mano a mano 60 maratones y 6 ironmans, inventando mil maneras y medios para que Rick pueda ser llevado por su padre en el agua, en bici o corriendo.
Desde esa primera carrera, cada reto que superaban juntos se convertía en un éxito más para ambos y el beneficio en su cuerpo, desarrollo intelectual y emocional era cada vez más visible. Padre e hijo eligieron superarse en vez de rendirse; optaron por esforzarse al máximo formando equipo uno con el otro. Se plantearon la vida de forma diferente.
El mayor logro de la familia Hoyt fue que, gracias al deporte, consiguieron que Rick fuera capaz de graduarse en la Universidad de Boston y que ahora viva en su propio apartamento una vida totalmente independiente. Rick es la demostración de cómo los límites están donde nosotros los pongamos.