Vivimos en una sociedad marcada por el cambio, inestable o líquida (denominada así por sociólogos como Z. Bauman), en la que se hace muy difícil asentar hábitos, rutinas o estilos de vida que permanezcan en el tiempo. En esta sociedad, y más veces de las deseables, predominan modelos individualistas o egoístas, con dudosas escalas de valores derivadas de modelos mercantilizados. Se deja a un lado el valor de la persona y se sustituye por bienes materiales o anhelos por conseguirlos; se libran luchas internas basadas en la no aceptación personal y la mala gestión emocional; se busca la felicidad, pero ésta se ha reducido sólo a un aspecto económico; se compite por ser el mejor a cualquier precio; se han desvirtuado agentes socializadores tan importantes como la familia, la escuela o la comunidad; ciertos espacios públicos han sido sustituidos por lo virtual, con los consecuentes peligros derivados de un mal uso; y un largo etcétera que dejan patente la necesidad de un cambio que modifique lo que a día de hoy ya parece tendencia.
No son pocas las razones pues, que hacen pensar que existen una serie de necesidades que bien podrían ser satisfechas, o en su defecto, mitigadas por la educación, considerada ésta el arma más poderosa para cambiar el mundo (N. Mandela).
Desde el Centro Fundación Rafa Nadal, entendemos la educación no sólo como la adquisición de un compendio de conocimientos académicos impartidos en una institución escolar, sino también, como un conjunto de conocimientos, destrezas, capacidades, competencias y habilidades básicas que transforman a cada persona en agente activo de la sociedad. Dicho de otra manera, una educación tendente a convertir a cada uno de nosotros en un “motor” susceptible de modificar su realidad, nuestra realidad, hacia una más “amable” para nosotros mismos y por extensión, para los demás. La educación ayuda a la persona a ser lo que es capaz de ser (Hesíodo).
Es aquí donde iniciativas educativas que centren sus esfuerzos en favorecer el desarrollo personal de manera global tienen su justificación y su importancia. El proyecto educativo de nuestro Centro está planteado de una manera integral, y si bien, no supone la “panacea” para la sociedad anteriormente descrita, sí que aporta su “granito de arena” en la medida que pretende formar personas, trabajando en torno a valores fundamentales, a la gestión de las emociones, al desarrollo de habilidades sociales para una sana convivencia y a la promoción del deporte como aspectos claves en una formación vital.
Iniciativas de este tipo suponen una garantía a la hora de promover una incorporación social lo más justa y adaptada posible, contemplando procedencias culturales, contextos personales o aspectos socio-económicos entre otros, no como factores determinantes en nuestra población objetivo, sino como aspectos necesarios a valorar en el aprendizaje. El proyecto se inicia en 2014 y nuestra convicción, sumada a la experiencia de estos años en el barrio de La Soledad en Palma, nos indica que esta diversidad cultural de las familias, las necesidades académicas y dificultades personales y sociales de los menores hacen necesaria una atención integral a esta heterogeneidad, una intervención a nivel familiar y una coordinación con los recursos educativos y socio-comunitarios del barrio.
De este modo, pretendemos favorecer la creación de una sociedad centrada en el bien propio, pero también en el bien común, donde prime el diálogo, el respeto y el uso responsable de la libertad, el auto-conocimiento, la autonomía, la confianza, la seguridad o la expresión libre de los sentimientos como pilares fundamentales y bases de futuro.
Óscar Honrado – Educador Social y Psicopedagogo del Centro Fundación Rafa Nadal