Uno de cada cinco adolescentes puede manifestar trastornos de salud mental o conducta a lo largo de su infancia y/o adolescencia. Estos trastornos se ven reflejados en el rendimiento escolar, afectan al grupo de clase e influyen negativamente en las relaciones con la familia, compañeros, profesores, médicos e incluso con la autoridad.
Para poder detectar la existencia de estos problemas y diferenciarla de la desobediencia habitual entre los adolescentes, debe existir una comunicación fluida entre familias y escuela, porqué una conducta de este tipo sin tratar puede acabar siendo un factor de riesgo social.
Una vez detectado el problema es recomendable que familias, profesores y médicos trabajen como un solo equipo y dejen atrás el hecho de buscar un culpable.
Un factor considerado como una ayuda potencial, tanto para prevenir como para tratar estos trastornos, es el deporte. Practicar deporte se convierte en un contexto donde los adolescentes trabajan bajo unas órdenes y reglas de juego, exige un desgaste físico que ayuda a paliar el mal humor y la agresividad, inculca valores como la disciplina y la organización del tiempo y de las ideas, etc.
La autoestima es uno de los terrenos donde es importante incidir en el caso de jóvenes que manifiestan este tipo de conductas. Los adolescentes están en un momento de la vida en que forman su identidad, que a menudo se ve muy condicionada por la percepción que tienen sus compañeros de ellos o de la percepción que se tiene de uno mismo. El hecho de sentirse competente, dominar las habilidades de un deporte en concreto y mejorarlas, ayuda a aumentar la autoestima y les permite afirmarse ante sus compañeros.
Otro aspecto decisivo en el tratamiento y prevención de los trastornos de conducta es el factor integrador del deporte, que se desarrolla con la participación de los chicos y chicas en un equipo en el cual no solo compiten entre ellos, sino que juntos trabajan para conseguir un mismo objetivo.